Ermita de San Bartolomé de Ucero, erróneamente atribuida al Temple | © Javier García Blanco.
En los últimos años, las librerías se han visto "inundadas" por una avalancha de títulos con los templarios como protagonistas. Algunos de estos libros son novelas históricas, pero no faltan tampoco las obras que proponen, desde el ensayo, las hipótesis más sorprendentes. En uno y otro caso, los monjes guerreros son presentados al lector como custodios de secretos heréticos que amenazan a la Iglesia, como guardianes de mágicos tesoros (el Grial o el Arca de la Alianza) o bien como maestros en todo tipo de saberes esotéricos.
El último 'boom' de este tipo se produjo con el éxito del bestseller 'El Código da Vinci'. En la novela se presenta a los caballeros como el brazo armado de una misteriosa sociedad secreta —El Priorato de Sión—, que custodia el mayor secreto de la cristiandad: la descendencia de Jesucristo.
De forma paralela al libro de Dan Brown, y aprovechando su arrollador éxito de ventas, aparecieron toda una serie de títulos sobre cuestiones similares y cuya estela sigue hoy en día. Pero, ¿cuáles son las razones de esta insistente obsesión por vincular a los templarios con todo tipo de cuestiones esotéricas?
La causa parece estar en las peculiares circunstancias del propio fin de la orden. Los templarios fueron injustamente acusados de terribles crímenes contra la fe, señalados como herejes y traicionados por la propia Iglesia. Buena parte de sus miembros —entre ellos el Gran Maestre, Jacques de Molay— murieron ejecutados, y la orden fue exterminada en pocos años a pesar de su enorme poder económico y militar.
Desde el primer momento no faltaron rumores sobre su adoración a un supuesto ídolo demoníaco —el célebre Baphomet—, originados en las poco fiables confesiones bajo tortura, y las leyendas sobre el paradero de un supuesto tesoro templario.
La iglesia octogonal de Eunate, otro "falso" edificio templario | Crédito: Wikipedia.
Todas estas cuestiones crearon un llamativo caldo de cultivo del que surgirían, ya en siglos posteriores, y al calor del romanticismo, decenas de leyendas en las que los templarios encarnan el ideal de héroes rebeldes exterminados por el poder establecido.
A todo este maremágnum de leyendas y rumores, hay que sumar otro elemento para la confusión: el de la supuesta existencia de una arquitectura templaria característica, cargada de simbolismos esotéricos y heréticos.
En este caso, la idea sugiere que los templarios construyeron siempre sus iglesias con planta circular u octogonal. Como otros muchos mitos sobre los templarios, éste nació también en el siglo XIX, aunque en este caso de la mano de autores académicos.
Fue el célebre arquitecto Viollet-le-Duc quien refirió en sus trabajos la idea de que los templarios construían sus iglesias con planta central, para rememorar así el Santo Sepulcro de Jerusalén. A Viollet-le-Duc le siguieron en aquellos años otros autores como Lenoir o Prosper Mérimée, y la idea quedó bien cimentada hasta bien entrado el siglo XX.
Fue otro historiador francés, Élie Lambert, quien acabó con el mito arquitectónico tras demostrar con un completo estudio que las plantas centrales en la arquitectura de las iglesias templarias eran las menos frecuentes.
De hecho, ni siquiera puede hablarse de una arquitectura templaria, con características propias. Todo indica que las características de la arquitectura de los edificios del Temple —ya fueran fortalezas o iglesias— se asemejaban a la tradición arquitectónica del país en el que se desarrollaban.
Iglesia de la Veracruz de Segovia, de planta dodecagonal | Crédito: Wikipedia.
Tal y como señala el historiador Joan Fuguet, "una fortificación (templaria) portuguesa es más parecida a cualquier otra del mismo país que a un castillo templario de la Corona de Aragón".
Por desgracia, esta falsa identificación de los edificios de planta central con construcciones templarias ha dificultado no pocos estudios, creando atribuciones erróneas que se han perpetuado durante años.
En España, todavía hoy se atribuyen al Temple una serie de iglesias de planta circular o poligonal que en realidad tuvieron otro origen: es el caso de las iglesias navarras de Santa María de Eunate y Torres del Río —ambas octogonales y ubicadas en el Camino de Santiago— o la iglesia de la Vera Cruz de Segovia, de planta dodecagonal.
Ninguna de ellas perteneció —según los últimos estudios—, a la orden del Temple. En otros casos, es suficiente con que se desconozca el verdadero origen de un edificio para que, con el único apoyo de las leyendas locales, se atribuya a los caballeros.
Algo así es lo que sucede con la también famosa ermita de San Bartolomé de Ucero, en el Cañón del Río Lobos (Soria), sobre la que no existe constancia documental de su pertenencia al Temple, pese a que se haya querido identificar con el enclave templario de San Juan de Otero, citado en algunas fuentes.
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